De qué me valen las primaveras
si solo quedan espinas en cada rosal,
ya que tiré las flores a la hoguera
a expensas de volverme inmortal.
Qué tan dramático
fue morir por amor
para un joven escritor
que lo convirtió en hábito.
Si cada pálpito de mi corazón
acabó cada noche en taquicardia,
y todo resquicio de ilusión
en decepciones diarias.
Desperdicié mi talento
en musas fariseas
que me dieron ideas
sobre futuros inciertos.
Cuántas veces estuve muerto
y cuántas otras resucité;
antes de morirme de sed
bebo las dunas de este desierto.
En oasis trémulos
a la soledad divisé
anteponiendo el café
a caminar sonámbulo.
Abrir los ojos
supone ver
que el tiempo nos despojó
no de amor, sino de hiel.
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