martes, 1 de marzo de 2016

Una mente suicida.

Admiro a quien hizo de su vida
una poesía más que dichosa.
Yo llevo rosas marchitas a la mía,
que ya descansa en una fosa.

Una inmensa soledad me asola.
¿Quién resucitará mi jardín de amapolas?
¿Quién regará sus flores que no brotan
si las lágrimas de mis ojos se agotan?

Seguramente emerja un bosque
frígido y sombrío;
con nombres tallados en los árboles
de idilios perecidos.

Cuántas cartas de suicidio
habré escrito,
hasta perder el vértigo
al borde del precipicio.

A diario me pregunto
cuánto cuesta ser feliz;
a cada cicatriz,
nadie puso un punto.

Toda herida sigue abierta,
el tiempo no hizo olvidar.
Mi felicidad se debió suicidar
o naufragó en una isla desierta.

Apretaré el reloj contra las venas
hasta cortar el flujo de su sangre,
antes de seguir con esta condena
que desde mi génesis traje.

Qué óbito tan placentero
si en este mundo indómito
el tiempo nos controló
para no hacernos eternos.

Una oda a la muerte
en ausencia de la vida.
Atte: Una mente suicida.



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